Si uno pretende infiltrarse hacia lo más profundo de cualquier tradición mexicana buscando comprenderla, debe estar preparado para encontrarse con el más complejo y rico de los tejidos simbólicos.
Y es que no hay —simplemente sería inimaginable— una expresión cultural que se diga mexicana y no esté definida por su polisemia. No podría ser de otra forma, pues México se ha construido en un "estira y afloja" entre múltiples culturas que luchan por territorializar la vida cotidiana y la fe de los sujetos que las encarnamos.
Así, para los españoles la vía más efectiva de conquista fue la apropiación de las tradiciones; y, para las culturas nativas, el acto más espectacular de resistencia es corromper las creencias extranjeras con sus particulares formas de simbolizar el mundo. Y esta deliciosa cualidad —nuestra inevitable interculturalidad— queda impresa y se hace evidente en las artesanías; piezas que, aunque a veces lo olvidamos, cumplen una función ritual o, por lo menos, en esa clase de acto sagrado encuentran su origen.
Un ejemplo excepcional son las hermosas máscaras michoacanas que se portan durante la "danza con el diablo". Ejecutada como parte de la pastorela, este baile explosivo conjura el lado oscuro de quien interpreta al personaje. Las máscaras son fabricadas a mano por dedicados hombres y mujeres como Felipe Horta.
La labor de Felipe fue preciosamente retratada en este corto documental del director mexicano Mariano Rentería, como parte de una serie de audiovisuales que celebran a los artesanos del estado de Michoacán y nos invitan a revalorar este tipo de trabajo y entenderlo como parte de una manifestación profunda.
Felipe mantiene su taller en el pueblo de Tócuaro y desde hace décadas se dedica a fabricar las coloridas y aterradoras piezas. Su trabajo es una forma de honrar una herencia cultural y una idea de identidad; pero, además, implica un acto absolutamente místico.
En sus propias palabras, la pieza representa la lucha entre el bien y el mal, por eso los colores utilizados son agresivos. Al usar la máscara, dice Felipe, uno se transforma en el personaje, pues hay una "energía" en ella que invoca a este sujeto que el artesano no conoce —el diablo—, pero que puede traer a la vida con las manos. Así, la artesanía materializa lo poético, místico y divino de la danza.