Le decimos "niño genio", aunque personalmente no se identifica con la etiqueta y buenas razones tendrá; el término tiene connotaciones extrañas, algunas un poco supersticiosas. Por otro lado, pocas palabras hay en el vocabulario coloquial para explicar la posición de Carlos Santamaría en el imaginario de los mexicanos.
Desde que tiene 9 años ha sido el estudiante más joven en la facultad de ciencias de la UNAM, donde cursó diplomados y clases de oyente; pero ahora, con 12 años, ya es oficialmente un alumno de la carrera de Física Biomédica. Y aunque se ha vuelto uno de los personajes preferidos de los medios de circulación nacional, hay buenas razones para detenerse a escucharlo que poco tienen que ver con lo increíble que parece ser un niño recitando sobre cálculo, química y biología como lo haría un "adulto formado".
Carlos Santamaría tal vez sea un genio, eso quedará a consideración del lector. Por otro lado, argumentamos sin miedo que este niño es un tipo muy consciente de su posición social y de sus discursos (de una elocuencia envidiable, por cierto) extrajimos una reflexión importante sobre ser niño y sobre la educación.
¿En dónde quedaron los niños?
Cuando se habla de niñez, especialmente desde el ámbito de la política pública, la palabra parece encarnar un curioso cliché. Se refiere a un grupo que, en realidad está excluido de las decisiones sociales, cuya opinión y puntos de vista no son escuchados y que, en caso de serlo son considerados "tiernos", en el mejor de los casos e "ingenuos" en el peor.
Pero, como demuestra Carlos Santamaría, los niños están presentes y están formando opiniones sobre el universo que los circunda; algunos con rangos de profundidad más grandes y otros menos, pero eso también le pasa a los adultos.
En un comunicado sobre la fantástica inscripción de Carlos Santamaría a la universidad, la UNAM se refiere al asunto como un "hecho histórico, un nuevo capítulo de inclusión en la vida universitaria." Sin duda lo es. Los niños son parte del mundo y, en palabras de Carlos están siendo excluidos igual que otras minorías de la vida pública.
Sus opiniones tal vez carezcan experiencia, no deja ser cierto que más sabe el diablo por viejo; pero ser la novedad y actuar y pensar desde esta posición es inventar la posibilidad de imaginar mundos enteramente distintos. Eso hacen los niños.
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Lecciones de Carlos Santamaría para niños (y no tan niños)
Está clarísimo que para este niño la posición no es impedimento. No parece preocupado en demostrar que su inteligencia y carácter deben ser tomados en cuenta; en realidad en eso está ocupado. Al mismo tiempo, pretende que su esfuerzo abra el camino para todos los niños.
En una rueda de prensa que ofreció en la UNAM (conoce los detalles aquí) el carismático estudiante, con la risa nerviosa que lo caracteriza, habló seriamente del asunto. Su propuesta es simple: construir un grupo de niños que pueda cruzar, evadiendo cualquier clase de discriminación, las materias básicas de las carreras de ciencias de la universidad. La idea es abrir los saberes profundos a quienes quieran acceder a ellos; y lo demás es lo de menos.
Por otro lado declaró que el sistema educativo sí está caduco, porque es necesario que "los niños no aprendan las cosas desde un remitente fijo". Los niños deben descubrir las cosas. Frente a un sistema tan problemático como la educación mexicana hay que tomar esta observación muy en serio y lo primero que se puede hacer es dejar de tratar a los niños como jarros: no están para recibir saberes sin meter de su propia cuchara. En realidad casi nadie funciona así. Y esta sistematización del conocimiento está teniendo consecuencias terribles.
Bien dice Carlos que la ciencia es un arma de triple filo: es la base de todo, pero simultáneamente es un sistema de opresión, y, también, vital para construir la felicidad. El conocimiento organizado y distribuido por unos cuantos sin duda oprime formas de ser y, al mismo tiempo, en palabras del genial niño: "si comprendes cómo funciona tu entorno es más fácil ser feliz en él".
Es evidente: la educación tiene que cambiar y todos tenemos que escucharnos más, entender las necesidades de estos personajes con los que compartimos el mundo y que frecuentemente subestimamos.
Por último, Carlos Santamaría nos deja una lección para niños y no tan niños. Respondiendo a la pregunta sobre qué le diría a la gente que no le "gusta" o interesa la ciencia dice:
"Si estás vivo, ¿cómo puede no interesarte como funcionas?"
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*Imágenes: 1) Adolfo Vladimir/Cuartoscuro; 2, 3, 4, 6) UNAM; 5) Associated Press