El diseño mexicano es exquisito. Y posiblemente sea así, porque lo que construye es una preciosa analogía de nuestra espectacular tierra. En ese sentido, nuestros colores, olores, texturas y sabores, han servido de inspiración para creadores de todo el mundo. Y casi todas estas apariciones de lo mexicano en otros terrenos son sorprendentes y dignas de celebrar.
Nuestro "estilo" —siempre palpitante y revolucionario— ha logrado atravesar toda clase de fronteras, haciendo que nuestra identidad ponga el pie en sitios donde muchas veces nos han cerrado las puertas. Por otro lado, hay momentos donde la inspiración cruza la línea de lo que conocemos como “apropiación cultural” y se generan polémicas y hasta disputas legales.
Este ha sido el caso de la reciente colección de la casa de moda Carolina Herrera, Resort 2020, que retoma colores, textiles y patrones mexicanos para construir una serie, en muchos sentidos llena de creatividad, pero que también ha molestado a distintos grupos en México, con justa razón. De toda la situación, extraemos 3 reflexiones para abrir la conversación. Aquí te las presentamos:
1 Sobre la representación
Hay que decirlo, en cierto sentido, la colección aparece de forma muy oportuna, pues México está luchando por distintos flancos (unos más complejos y peligrosos que otros) por mantener una relación de respeto con Estados Unidos y (como sucede también con la comida) es reconfortante que nuestra cultura se pare en un lugar tan relevante del otro lado de la frontera. Necesitamos que más “embajadores creativos” nos pongan en mejores posiciones.
Necesitamos más embajadores creativos.
2 Sobre la creatividad
Sin embargo hay algo que se deshilacha entre estos tejidos. Los colores de México brotan de la tierra, pero son cultivados por las manos de mexicanos y mexicanas que casi nunca son representados. Podemos celebrar estas explosiones internacionales de inspiración y creatividad; pero honremos a quienes realmente lo merecen.
Por su parte, las marcas son responsables de dar crédito y en su caso remuneración a los diseñadores originales de prendas, textiles y patrones. Estos últimos son vitales para muchas comunidades indígenas pues lo que entretejen son los iconos vitales de su cosmogonía. En todos los sentidos, los textiles mexicanos son sagrados. Así, la demanda de la Secretaria de Cultura a Carolina Herrera es un ejercicio importante.
Como describe El País (en este artículo), Alejandra Frausto, ha solicitado a Herrera, que “explique públicamente los fundamentos que llevaron a la casa de modas a usar elementos culturales cuyo origen está plenamente fundamentado […] aclare si las comunidades portadoras de estas vestimentas se van a beneficiar de las ventas de la colección.”
Por otro lado, la remezcla, el copiar-pegar, el “copy left”, la parodia, todas estas formas de “apropiación” tienen en el fondo un sentido clave: revolucionar la creatividad. Y, aunque sí es esencial la demanda de la Frausto para las comunidades afectadas, no nos cerremos a la posibilidad de un mundo donde todos (igual Carolina Herrera, que las comunidades indígenas) usemos lo que hacen todos para construir algo nuevo e increíble. El problema aquí es la injusticia, no la creatividad, pues si “plagiáramos” a Carolina Herrera probablemente tendríamos que pagar por ello.
El problema es la injusticia, no la creatividad.
3 Sobre el circuito de la moda
La moda es uno de los circuitos culturales más restringidos y excluyentes. En muchos sentidos, esa es su función: la moda se trata de diferenciar, de hacer notar el estatus de cada uno. Así, la “alta moda” está irremediablemente ligada a una idea de sujeto (de hombre y de mujer), a una idea de belleza, de funcionalidad, de riqueza y a un grupo de principios estéticos, muy concretos, difíciles de corromper y que no solo no admiten, sino que simplemente no están para representar a cualquier persona (cuerpo) que se salga de este esquema.
Por su parte, todo lo que se sale de este esquema, genera resistencias, genera la posibilidad de pensar distinto a las clases sociales ligadas a la “alta esfera” y es una lucha constante por representar a otros grupos, por hacerse de su propio nicho cultural. Pero cuando la moda, la “alta esfera”, toma sin permiso algo que normalmente no le corresponde y lo “eleva” a su circuito, más que reivindicarlo, lo hace suyo y le resta posibilidad de generar resistencia.
Eso es lo que nos enoja y tiene sentido que nos enoje, porque no es lo mismo que un diseñador emergente se reúna con las comunidades para hacer intercambios creativos; que una marca en toda frialdad decida, sin consideraciones, sin “pedir perdón o permiso”, retomar el trabajo de otro.