La relación entre la cultura mexicana y la muerte es un tema del cual nunca terminaremos de hablar. Usualmente se dice que en México la muerte se mira de una manera muy singular, casi única en comparación con otras culturas, y en buena medida dicha extrañeza surge cuando se descubre la presencia continua de la muerte en algunas de nuestras prácticas culturales cotidianas. A diferencia de sociedades en las que la muerte suele estar reservada a determinados espacios, códigos o fechas, y que por ello mismo puede convertirse en un tabú cultural, en México existe un grado notable de convivencia y en algunos casos incluso cierto "compañerismo" con la muerte.
Como lugar común se repite que el mexicano se burla de la muerte, pero quizá sería más preciso decir que, en ciertos momentos, prefiere tenerla como una igual, como una amiga, y entonces darle el mismo trato que se le da a los amigos: ponerle apodos, burlarse de sus características físicas, reírse de ella o con ella, etc.
Esa persistencia de la muerte en nuestra cultura y, sobre todo, esa singularidad, es resultado expreso tanto de nuestro pasado indígena como del efecto de la conquista española en dichas culturas. Aunque se trata de tradiciones diametralmente opuestas, una coincidencia azarosa determinó que tanto las culturas indígenas como la cultura española de los siglo XVI y XVII tuvieran una elevada conciencia sobre la muerte y, por lo mismo, ésta estuviera sumamente presente en sus expresiones culturales.
Con cierta licencia argumentativa podríamos pensar que el nihilismo en la poesía de Nezahualcóyotl tiene un parangón inesperado con aquel que encontramos en ciertos poemas de Quevedo o de Góngora, por ejemplo, o en las célebres Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique. A nivel de la cultura popular, parece factible también que un aparato ideológico tan poderoso como la religión haya encontrado una comunicación parecida entre las creencias religiosas de los indígenas con respecto a la muerte y, por otro lado, la ortodoxia católica que la corona española defendió en la época de la Contarreforma, cuyos efectos también se dejaron sentir en el periodo colonial de nuestra historia.
Esa es sólo una manera de intentar entender la peculiar relación de la cultura mexicana con la muerte y por qué para nosotros parece tan "normal" o tan "natural" comer pan de muerto y calaveras de azúcar o, como en el caso del tema que nos ocupa ahora, cantar canciones que nos la recuerdan abiertamente y hacerlo además en un contexto festivo.
Las canciones que se enlistan a continuación son sólo tres de las varias que podrían encontrarse sobre el tema en las distintas expresiones de la cultura popular. Sirvan las tres como testimonio de la relación que en México –en los muchos Méxicos que es este país– se tiene con la muerte.
"El huerfanito"
Este es un son tradicional de la Huasteca y, como tal, su compositor original no es conocido y su letra posee distintas variantes. Se le puede escuchar lo mismo en San Luis Potosí que en Veracruz o Hidalgo. De las canciones compartidas, esta es la más reflexiva y la que se entrega con más solemnidad a la muerte, acaso porque no se habla de ésta en abstracto o en general, sino de una muerte específica: la de la madre o el padre del compositor, o de la de ambos (según la interpretación que se escuche). En este sentido, vale la pena citar esta copla, que condensa dicho sentimiento respetuoso frente a la muerte:
Se lleva en el corazón
al ser que más se ha querido,
que se encuentra en el panteón
pero nunca en el olvido.
Puede ocurrir, sin embargo, que el son tome un ánimo festivo y se entonen coplas como esta (referida por Aurelio González en La copla en México):
Triste lloraba una madre:
"¿Dónde andará mi inocente?"
Y le contesta el padre:
"Mujer, no seas ocurrente,
a tu hijo le gusta el baile
y también el aguardiente.
O esta otra, que se puede escuchar en esta interpretación:
Cuando mi padre murió,
me dejó bien heredado.
De recuerdo me dejó
que no fuera enamorado,
pero a mí se me olvidó.
"Un puño de tierra"
Compositor: Carlos González García (a) "Carlos Coral"
Año: 1968
Intérpretes: Antonio Aguilar, Ramón Ayala
Vagando paso la vida,
nomás recorriendo el mundo.
Si quieren que se los diga,
yo soy un alma sin dueño
A mí no me falta nada:
pa’ mí la vida es un sueño.
Yo tomo cuando yo quiero.
No miento soy muy sincero.
Y soy como las gaviotas
que vuelan de puerto en puerto.
Yo sé que la vida es corta:
al fin que también la debo.
El día que yo me muera
no voy a llevarme nada:
hay que darle gusto al gusto,
la vida pronto se acaba.
Lo que pasó en este mundo
nomás el recuerdo queda:
ya muerto voy a llevarme
nomás un puño de tierra.
El día que yo me muera
no voy a llevarme nada:
hay que darle gusto al gusto,
la vida pronto se acaba.
Lo que pasó en este mundo
nomás el recuerdo queda:
ya muerto voy a llevarme
nomás un puño de tierra.
Sin duda una de las canciones populares sobre la muerte más conocidas e interpretadas en México, cantada lo mismo en cantinas que en panteones, acaso los dos mejores lugares para escucharla y entender el mensaje que nos entrega: ante la fatalidad de la vida, lo mejor que podemos hacer como seres humanos y finitos es, necesariamente, reafirmar la vida. Vivir la vida vitalmente, podría decirse, aunque suene redundante. En cierta forma, "Un puño de tierra" es nuestro carpe diem: el recordatorio de aprovechar la vida siempre, en cada uno de sus instantes.
Se trata de un corrido de los que se identifican con ciertas regiones del norte de México.
"Una cruz de madera" o "Cruz de madera"
Compositor: Luis Méndez Almengor
Año: 1999
Intérpretes: Miguel y Miguel, Los Cadetes de Linares
Una cruz de madera
de la más corriente,
eso es lo que pido
cuando yo me muera.
Yo no quiero lujos
que valgan millones;
lo único que quiero
es que canten canciones.
Que sea una gran fiesta
la muerte de un pobre
Yo no quiero llantos,
yo no quiero penas,
no quiero tristezas..
yo no quiero nada..
Lo único que quiero,
allá en mi velorio
una serenata
por la madrugada..
Cuando ya mi cuerpo
esté junto a la tumba
lo único que pido
como despedida
que en las cuatro esquinas
de mi sepultura
como agua bendita
que rieguen tequila.
Yo no quiero llantos,
yo no quiero penas,
no quiero tristezas…
Yo no quiero nada..
Lo único que quiero,
allá en mi velorio,
una serenata
por la madrugada.
La canción "Una cruz de madera" comparte esa ambigüedad entre nihilista y festiva que se presume con orgullo en "Un puño de tierra". Aquí la muerte también se mira con desdén porque, parece decirnos la canción, en primera y última instancia lo único que importa es la vida, siempre.
En la versión de sus primeros intérpretes –el dueto "Miguel y Miguel" originario de Angostura, Sinaloa–, se nota la variante del corrido norteño en donde no se cuenta con el acordeón que suele asociarse a este género y, a cambio, se tiene sólo el sonido de las cuerdas.
ADDENDA
La música popular es una de las expresiones más relevantes de nuestra cultura que, sin embargo, como ocurre con tantas otras cosas en nuestro país, no siempre se valora tanto como merece. Las canciones que cantamos, aquellas que nos recuerdan la casa donde crecimos o la región del país donde pasamos una temporada, las canciones que cantaban nuestros abuelos y que ahora sólo recordamos vagamente, la canción que escuchamos mientras estábamos de paso o de vacaciones en algún lugar: todo ello merece conservarse en nuestra memoria colectiva porque es parte de nuestra cultura, ese medio en el cual nos formamos y que a su vez nosotros mismos, con nuestras acciones cotidianas, damos forma.
Del mismo autor en MásdeMX: El mejor poema mexicano sobre la muerte conlleva una valiosa lección de vida